Un oasis virtual en medio del desierto real: "Retirado en la paz de estos desiertos, con pocos, pero doctos libros juntos, vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos." (Quevedo)
miércoles, noviembre 28, 2012
sábado, noviembre 03, 2012
La potencia didáctica del principio de retribución o de reciprocidad
La potencia didáctica del principio de retribución o de reciprocidad
“Me resulta difícil evocar su impresionante figura. Si no tuviera las fotografías, me costaría imaginarme su rostro. Es como si sus rasgos se hubieran borrado con el paso del tiempo. Recuerdo, empero, su mano pesada, que sentía siempre que contravenía las reglas del buen comportamiento. Mi padre creía en el excelso efecto pedagógico de la correa y, por extraño que pueda parecer, yo aceptaba esa forma de castigo físico como una demostración de su amor paternal dirigido a mí y a mis acciones. Jamás me castigó injustamente, pero tampoco sirvieron de nada los llantos, ni las súplicas. En el diccionario de mi padre no figuraba la palabra «perdón». Creo que él actuaba según el principio de retribución, que afirma que el castigo ha de correspo1der exactamente a la gravedad del delito. Estoy seguro de que sus métodos -que hoy, a buen seguro, escandalizarían a cualquier pedagogo- me ayudaron entonces a aceptar el principio de la retribución moral, y que ese capítulo de mi infancia desarrolló en mí un sentido de la justicia que ni siquiera el régimen de los campos de concentración nazis fue capaz de destruir.”
(ROMAN FRISTER, La gorra o el precio de la vida, pág. 33)
“Me resulta difícil evocar su impresionante figura. Si no tuviera las fotografías, me costaría imaginarme su rostro. Es como si sus rasgos se hubieran borrado con el paso del tiempo. Recuerdo, empero, su mano pesada, que sentía siempre que contravenía las reglas del buen comportamiento. Mi padre creía en el excelso efecto pedagógico de la correa y, por extraño que pueda parecer, yo aceptaba esa forma de castigo físico como una demostración de su amor paternal dirigido a mí y a mis acciones. Jamás me castigó injustamente, pero tampoco sirvieron de nada los llantos, ni las súplicas. En el diccionario de mi padre no figuraba la palabra «perdón». Creo que él actuaba según el principio de retribución, que afirma que el castigo ha de correspo1der exactamente a la gravedad del delito. Estoy seguro de que sus métodos -que hoy, a buen seguro, escandalizarían a cualquier pedagogo- me ayudaron entonces a aceptar el principio de la retribución moral, y que ese capítulo de mi infancia desarrolló en mí un sentido de la justicia que ni siquiera el régimen de los campos de concentración nazis fue capaz de destruir.”
(ROMAN FRISTER, La gorra o el precio de la vida, pág. 33)
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